La forma en que las personas piensan sobre sus habilidades y talentos influye en gran medida en cómo aprenden y crecen. El florecimiento humano parece corresponder íntimamente con la mentalidad de una persona.
La investigación de la psicóloga Carol Dweck distingue entre mentalidades fijas y de crecimiento. Las personas con una mentalidad fija creen que sus talentos y atributos, como la inteligencia o el carácter, están predeterminados y no cambian. Con esta mentalidad, la gente tiende a adoptar creencias limitantes sobre lo que pueden y no pueden hacer. A menudo, una mentalidad fija puede llevar a las personas a evitar desafíos, sentirse amenazadas por los éxitos de otros y «desconectarse» cuando hay una transgresión ética.
Cuando las personas tienen una mentalidad de crecimiento, por otro lado, creen que sus habilidades y capacidades pueden desarrollarse. Con una mentalidad de crecimiento, las personas ven sus errores y fracasos como una oportunidad para aprender. Es más probable que estas personas asuman desafíos, respondan bien a las críticas y crezcan a partir de sus esfuerzos independientemente de su éxito.
La teoría de los aprendices éticos, desarrollada por las académicas Dolly Chugh y Mary Kern, aplica estas mentalidades al ámbito de la ética. Como aprendices éticos, aquellos con una mentalidad de crecimiento reconocen su propia ética limitada. Persiguen la «alfabetización psicológica», estudiando los sesgos cognitivos y las presiones externas que limitan su toma de decisiones éticas. También ven sus errores como oportunidades de crecimiento y buscan retroalimentación, esforzándose constantemente por mejorar su conducta ética.
Por lo tanto, una mentalidad de crecimiento puede fomentar el aprendizaje de todo tipo. Y tener una mentalidad de crecimiento nos ayuda a desarrollar las habilidades que necesitamos para convertirnos en tomadores de decisiones éticos más efectivos.