El “sesgo implícito”, también llamado “sesgo inconsciente”, existe cuando inconscientemente mantenemos actitudes hacia los demás o asociamos estereotipos negativos con ellos. Es un prejuicio profundamente arraigado en el cerebro, por debajo del nivel consciente. Varios estudios han demostrado un sesgo implícito contra grupos raciales, géneros, la comunidad LGBTQ+ y otras personas marginadas.
El sesgo implícito a menudo va en contra de nuestras creencias conscientes y expresadas. Por ejemplo, pocas personas abogan por la discriminación en la contratación, pero las investigaciones muestran que los solicitantes blancos reciben muchas más respuestas de los empleadores potenciales que los solicitantes negros con el mismo currículum.
El sesgo implícito también puede existir a nivel sistémico. En el sistema legal penal, por ejemplo, las investigaciones revelan lo que se llama el “sesgo implícito de los delitos cometidos por negros”, que afecta a fiscales, jueces, jurados potenciales, testigos, juntas de libertad condicional, patólogos y agentes de policía. Este sesgo racial implícito hace que las personas negras (en comparación con las personas blancas) tengan 7,5 veces más probabilidades de ser condenadas injustamente por asesinato, 8 veces más probabilidades de ser condenadas injustamente por violación y 19 veces más probabilidades de ser condenadas injustamente por delitos graves relacionados con las drogas.
Como el sesgo implícito opera en un nivel mayoritariamente inconsciente, nos resulta difícil superarlo. Reconocer su papel es fundamental para abordar el sesgo implícito y, como muestran algunas investigaciones, se pueden establecer salvaguardas para minimizar su peligroso impacto.