La tragedia de los bienes comunales describe una situación en la que se explota un recurso compartido (por interés individual) y se daña el bienestar social general. El aire que respiramos y el agua que bebemos son sólo dos ejemplos de lo que llamamos “bienes comunales”. La tragedia de los bienes comunales es un fenómeno importante con dimensiones morales.
Garrett Hardin, quien acuñó el término, utilizó el ejemplo de un pastizal al que todos los pastores pueden acceder. Como todos los pastores están motivados egoístamente a hacer pastar a sus animales tanto como sea posible para obtener ganancias a corto plazo, el pastizal se sobrepastorea rápidamente y se agota. La comunidad en general sufre.
No hay soluciones fáciles para la tragedia de los bienes comunales. Algunas personas creen que convertir los recursos públicos compartidos en propiedad privada motiva a los propietarios a preservar esos recursos para la sociedad. Otros creen que la regulación gubernamental es una mejor solución. Ambas estrategias tienen limitaciones.
El comportamiento prosocial puede ayudar con la tragedia de los bienes comunales. Elinor Ostrom ganó un premio Nobel por estudiar cómo las comunidades suelen trabajar juntas de manera voluntaria para evitar el consumo excesivo y crear un fondo común y estable de recursos.
Sea cual sea la estrategia, tenemos el deber moral de superar este trágico fenómeno y preservar los recursos compartidos para el bien común.