Durante el holocausto, más de una tercera parte de las víctimas judías alemanes nunca fueron sujetos a deportaciones vía trenes como tampoco sufrieron una muerte en cámaras de gas. Hombres, mujeres, y niños judíos fueron matados cerca de sus hogares en campos y bosques por fuerzas policiacas alemanas y sus aliados. Historiadores calculan que estas muertes, y las supuestas unidades móviles de muerte, mataron a casi 2 millones de personas durante la segunda guerra mundial. Después de la guerra, cuando algunos de los personajes responsables por estas muertes y sus comandante fueron enjuiciados, declararon que ellos se vieron forzados a seguir las ordenes de sus superiores. Décadas más tarde, historiadores que analizaban los archivos de las interrogaciones de uno de estos batallones policiacos hizo un descubrimiento impactante. No solo encontraron que alemanes ordinarios participaron en la matanza masiva de judíos, pero que lo habían hecho de manera voluntaria.
En su libro sobre un grupo de policías de reserva en la ciudad alemana de Hamburgo, Hombres ordinarios: El batallón policiaco de reserva 101 y la solución final en Polonia, el historiador Christopher Browning muestra que mientras los hombres se veían presionados a seguir las ordenes de sus superiores cuando se trataba de matanzas civiles, tenían la opción de reusarse. En julio de 1942, antes de su inducción a matanzas masivas de civiles en el pueblo polaco de Józefów, el comandante les dio la opción a los miembros del batallón. Si algunos de los miembros no se creían “preparados para realizar la tarea” se les asignaba a “otras áreas y tareas,” como transporte o vigilancia. Cuando se les daba la opción de no matar, muy pocos la tomaban. A pesar de que la opción seguía vigente en los meses después, la mayoría de los policías de reserva optaron por matar—hacer el “trabajo sucio” aunque fuera por un periodo corto antes de ser liberado de sus responsabilidades—en vez de separarse de sus unidades al negarse a matar a personas civiles.
La mayoría de estos alemanes ordinarios de edad media, estaban dispuestos, aunque quizás no entusiásticamente, a convertirse en asesinos. Una minoría pequeña consistentemente se negaron a llevar a cabo dichas matanzas. Los que mataron, agrega Browning, lo hicieron porque se vieron “presionados por la conformismo—la identificación de los hombres en uniforme con sus camaradas y el gran impuso de no separarse del grupo al actuar de manera diferente… [El] acto de separarse del grupo… significaba dejar atrás a sus camaradas y admitir que uno era ‘demasiado débil’ o ‘cobarde’.”