En diciembre del 2015, representantes de 195 países se reunieron en París para firmar un acuerdo internacional para enfrentar el cambio climático, el que muchos consideran un gran logro por varias razones. Primero, el simple hecho de que se llegó a un acuerdo es un gran logro ya que discusiones previas sobre el cambio climático habían fracasado. Segundo, a diferencia a varios acuerdos previos sobre cambio climático que se enfocaban exclusivamente en países en vías de desarrollo, este acuerdo compromete tanto a países subdesarrollados como desarrollados a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. No obstante, los objetivos voluntarios que establecieron los diferentes países en el acuerdo de París son insuficientes según lo que muchos científicos creen que es necesario para poder lograr el objetivo previsto en las negociaciones: limitar el incremento de la temperatura global a 2 grados centígrados. Además, como las metas que establece el acuerdo son voluntarias, se pueden reducir o abandonar si hay resistencia política, crisis económicas a corto plazo, o simplemente por fatiga social o falta de interés.
Como bien explica el profesor de filosofía Stephen Gardiner, el gran reto del cambio climático para el mundo es que presenta varios dilemas éticos. Es, a la vez, un problema profundamente global, intergeneracional, y filosófico. Primero, desde una perspectiva global, el cambio climático es un problema de acción colectiva: todos los países tienen un interés colectivo de controlar la emisión global de carbón. Pero cada país individualmente tiene incentivos para consumir de más (en este caso, emitir todo el carbón necesario) para responder a la demanda pública que genera el crecimiento económico y la prosperidad. Segundo, como un problema intergeneracional, las secuelas de las acciones que toman las generaciones actuales tendrán mayor impacto en futuras generaciones. Por lo tanto, la generación actual tendrá que ceder una serie de beneficios de hoy en día para proteger contra lo que podrían ser gastos catastróficos en el futuro. Esta solución intermedia es particularmente difícil para países en vías de desarrollo. Estos países deben lograr suficiente crecimiento económico hoy en día para romper ciclos históricos de pobreza, y al mismo tiempo reducir las emisiones de gases de efecto invernadero para proteger futuras generaciones. El hecho de que países prósperos y desarrollados (como EU y aquellos en Europa) crearon los problemas actuales de cambio climático durante sus épocas de desarrollo industrial en los siglos 19 y 20 complica lo que podría ser un término medio entre desarrollo económico y prevención de cambio climático a largo plazo.
Finalmente, el aspecto global e intergeneracional del cambio climático muestra las dimensiones filosóficas del problema. Mientras es sentido común decir que las generaciones de hoy en día deben asumir la responsabilidad ética para dejar un mundo habitable a futuras generaciones, los límites de esta obligación es menos clara. Lo mismo se puede decir sobre los países individuales que se han comprometido a reducir la emisión de carbón para proteger salud ambiental, pero a la vez enfrentan obstáculos económicos y sociales cuando tratan de implementar estos acuerdos. Los países en vías de desarrollo pueden enfrentar aún más obstáculos ya que las consecuencias del cambio climático caerá fuertemente sobre las poblaciones más vulnerables, por ende la importancia de consideraciones de equidad y justicia.